Una visión tierna para el trabajo de la diócesis
El Obispo Robert McElroy fue instalado como el sexto obispo de San Diego el 15 de abril de 2015, en la Parroquia Santa Teresita del Carmelo en Carmel Valley. En su homilía, el obispo prefiguró los elementos centrales que iluminarían su liderazgo de la Diócesis de San Diego.
A continuación reproducimos el texto de su homilía.
En enero de este año, Estados Unidos estuvo fascinado durante nueve días cuando Tommy Caldwell y Kevin Jorgeson se propusieron llevar a cabo una tarea que durante más de tres décadas se había tachado de imposible: escalar en libertad la pared del amanecer de El Capitán, en el valle de Yosemite.
La escalada libre consiste en utilizar únicamente las manos y los pies para ascender por las características naturales de una roca, empleando cuerdas y otros equipos sólo para detener una caída. Durante dos años, Tommy y Kevin habían trazado su estrategia para conquistar cada uno de los 32 largos, o secciones, de El Capitán, creando ingeniosamente rutas que se basaban en un número minúsculo de grietas naturales en el granito casi escarpado de la pared del amanecer. A lo largo de esos dos años, habían forjado una profunda amistad y una asociación mutua que en algunos momentos se basaba en la mayor habilidad de Tommy para la escalada y en otros en el optimismo y el atletismo de Kevin. Empezaron la escalada como un equipo y decidieron que, pasara lo que pasara, la completarían como un equipo.
A lo largo de los seis primeros días superaron 14 largos agotadores, y el séptimo día Tommy, el escalador con más experiencia, superó el 15º largo, que es la sección más traicionera de la pared del amanecer.
Pero Kevin se quedó atrapado en el15º largo. Durante los cuatro días siguientes se cayó una y otra vez en su esfuerzo por superar la cara impecablemente lisa de esta sección más difícil de El Capitán. Ahora el tiempo se convirtió en el enemigo de ambos escaladores, porque cuanto más tiempo permanecieran expuestos en la pared, más probabilidades había de que un frente de mal tiempo avanzara y acabara con la escalada para ambos.
Kevin era consciente de que estaba frenando a Tommy, y suplicó a su amigo y mentor que lo abandonara y siguiera adelante para que al menos uno de ellos pudiera conquistar el muro del amanecer. Pero Tommy no quería seguir adelante; lo que más deseaba era que los dos acabaran juntos como habían empezado. Durante un total de diez días estuvo junto a Kevin mientras éste intentaba superar el 15º paso, y Tommy dejó claro que nunca abandonaría a su amigo.
Milagrosamente, el undécimo día Kevin conquistó el 15º paso, y empezaron a subir juntos los últimos mil pies, acompañándose mutuamente hasta llegar a la meseta, donde les esperaban sus familias y el mundo.
La gracia del acompañamiento mutuo. Este fue el verdadero milagro que ocurrió en El Capitán en enero de este año. Y es esta gracia del acompañamiento mutuo la que debe formar el corazón de la relación de un obispo con su iglesia local.
Este año celebramos el 50 aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, la gran gracia para la Iglesia del siglo XX. El Concilio utilizó magníficas imágenes para describir a la Iglesia: el campo de Dios, el cuerpo místico, la puerta de las ovejas, el templo santo de Dios. Pero la imagen conciliar primordial de la Iglesia surge en la segunda lectura de hoy de la primera carta de Pedro: Vosotros sois "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa... que en otro tiempo no erais pueblo, pero ahora sois pueblo de Dios". El concilio enseña que la Iglesia peregrina constantemente hacia el reino celestial, guiada siempre por el Señor.
Esta imagen de la Iglesia como pueblo peregrino de Dios exige que el ministerio de un obispo esté inmerso en una cultura de acompañamiento mutuo que impregne la iglesia local. El fundamento teológico de esta cultura de acompañamiento mutuo reside en el sacerdocio de todos los creyentes y en la llamada universal a la santidad. La identidad religiosa más importante para los discípulos del Señor no consiste en ningún cargo concreto que ocupen, ni en ningún estatus en las órdenes o en la vida consagrada, sino en la gracia del bautismo que conlleva la pertenencia a la Iglesia. San Agustín expresó claramente esta realidad: para ti soy obispo; contigo soy cristiano.
El Papa Francisco ha descrito conmovedoramente los elementos del acompañamiento cristiano: Está arraigado en el sentido de la sacralidad del otro y requiere una actitud continua de escucha. El acompañamiento refleja la cercanía y la mirada compasiva de Cristo que sana, libera y favorece el crecimiento en la vida del Evangelio. El acompañamiento implica prudencia, comprensión, paciencia y apertura al Espíritu. Lo más importante de todo es que el acompañamiento mutuo exige un sentido de colaboración entre el obispo, los sacerdotes que son sus principales colaboradores, los líderes laicos, los que están en la vida consagrada y la comunidad diaconal, de manera que se profundice en la unidad del pueblo de Dios y aumente la cosecha del Evangelio dentro de la Iglesia local.
Al comenzar mi ministerio de servicio en esta magnífica iglesia local de San Diego, rezo para que siempre esté moldeado por esta visión de acompañamiento mutuo. Y rezo para que esto sea especialmente cierto al enfrentar tres desafíos centrales que las Escrituras y la Iglesia Universal ponen ante nosotros en este momento de la historia de nuestra diócesis.
El primero de estos retos es el anuncio de la misericordia ilimitada de Dios.
Acabamos de celebrar el Domingo de la Divina Misericordia, que el Papa Juan Pablo II estableció como testimonio de la centralidad de la misericordia en la vida de la Iglesia. El Papa Benedicto captó la esencia de este tema cuando enseñó que "la misericordia es el núcleo central del mensaje de Dios; es el nombre mismo de Dios, el rostro con el que se reveló en la antigua alianza y plenamente en Jesucristo....".
En el Evangelio de hoy vemos ese rostro de misericordia cuando Jesús se encuentra con los Apóstoles por primera vez después de que le abandonaran en el momento de su arresto, dejando a Cristo solo ante la muerte. Como el padre de la parábola del hijo pródigo, las palabras de Jesús no son de crítica o reproche, sino sólo de misericordia, aceptación y alegría. "La paz esté con vosotros. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo". Luego sopló sobre ellos y dijo: "Recibid el Espíritu Santo"".
Si este es el paradigma de la misericordia de Dios, entonces, como concluyó el Papa Francisco el domingo pasado en su proclamación del año jubilar, la misericordia debe ser "el fundamento mismo de la vida de la Iglesia. Toda su actividad pastoral debe estar envuelta en la ternura que hace presente a los creyentes; nada en su predicación y en su testimonio al mundo puede carecer de misericordia."
Esto no significa despojar a la ley moral de su sustancia y de su desafío. Pero debe significar que la Iglesia está llamada a seguir el modelo pastoral del Señor mismo hacia todos los que encontró en los Evangelios: primero abrazarlos con amorosa misericordia, luego curar sus heridas, y sólo entonces proclamar la ley moral de la reforma.
Este es el paradigma pastoral que brota del reconocimiento de que no podemos conocer plenamente el misterio o la culpabilidad del otro. Este es el paradigma que "refleja la fragancia de la cercanía y la mirada personal de Cristo". Este es el paradigma que destierra el enjuiciamiento y afirma que mostrar misericordia es un criterio fundamental para determinar quiénes son realmente los hijos de Dios en la vida de la Iglesia y del mundo.
Un segundo desafío para nuestra comunidad eclesial es dar siempre testimonio de la gracia de Dios que está presente en la diversidad cultural de la Iglesia.
La raza elegida, el sacerdocio real del que se habla en la segunda lectura de hoy, se nutre de los pueblos dispares del mundo y los une. Del mismo modo que las primicias del Espíritu en el día de Pentecostés se reflejaron en la asamblea de miles de hombres y mujeres de todas las naciones que abrazaron el Evangelio de Jesucristo y fueron bautizados, la comunidad de la Iglesia de Cristo está llamada a encarnar y valorar este elemento de catolicidad.
En la Diócesis de San Diego, prácticamente todas las nacionalidades y culturas están vibrantemente presentes: hispanos, filipinos, irlandeses, nativos americanos, vietnamitas, italianos, afroamericanos, polacos, chinos, alemanes, portugueses y japoneses.
Esta diversidad constituye un poderoso don del Espíritu Santo palpablemente presente entre nosotros. No puede haber lugar más adecuado para comenzar mi ministerio de acompañamiento en el testimonio de la presencia de Dios entre nosotros que señalando el don que esta diversidad aporta a nuestra diócesis, y fomentando una cultura eclesial que honre por igual la unidad y la diversidad en la forja de este cuerpo de Cristo.
Un elemento importante para dar testimonio de la gracia de Dios presente en la riqueza cultural de esta iglesia local es reclamar nuestra frontera con México como un vínculo que nos une a toda América, en lugar de como una barrera que nos divide. Esto requiere una reforma migratoria integral como base fundamental para la justicia en nuestra sociedad. Pero igualmente importante, requiere un reconocimiento de la gracia que los inmigrantes de América Latina han proporcionado a California, así como la recuperación de nuestra comprensión de que en su esencia los Estados Unidos es una nación de inmigrantes cuya grandeza no radica en los lazos de sangre, sino en los ideales de libertad y justicia que unen a nuestra nación.
Un tercer reto para nuestra iglesia local es intentar ser un constructor de puentes en nuestro mundo contemporáneo. La primera lectura de hoy del Libro del Génesis señala la belleza del diseño de Dios para la humanidad: la dignidad de la persona humana hecha a imagen de Dios, la unidad de la familia humana y el don del orden creado como legado de todos. Sin embargo, el mundo que vivimos rompe de tantas maneras estos elementos fundamentales del plan divino, dejándonos rotos y separados, alienados y divididos en facciones. Un ministerio de acompañamiento enraizado en el Evangelio debe llegar a la sociedad para reparar estas fracturas, y debe construir constantemente nuevos puentes para recrear la unidad de la familia humana y proteger la dignidad humana como Dios ha querido.
Estamos llamados a ser constructores de puentes que lleven al corazón mismo de la Iglesia y de la sociedad a quienes tan a menudo están condenados a vivir o morir en la periferia: los pobres y los sin techo de nuestra nación y de nuestro mundo, los no nacidos, las víctimas del tráfico y los abusos sexuales, especialmente los del clero; los ancianos y los discapacitados, los encarcelados. Estamos llamados a tender puentes que superen las divisiones partidistas que ahora separan con frecuencia estas cuestiones de dignidad humana en campos enfrentados, y a fomentar una cultura eclesial que vea con la claridad de la Madre Teresa y de Dorothy Day que todas las formas de marginación que niegan la dignidad de la persona humana son antitéticas al Evangelio y repugnantes a Dios.
Como pueblo de Dios, debemos construir puentes que reflejen la enseñanza de la Iglesia de que los católicos no estamos llamados a separarnos de la cultura, ni a ser cooptados por ella, ni a luchar contra ella, sino a abrazarla con un amor poderoso y transformador enraizado en el Evangelio. La doctrina social católica proclama que la cultura es una empresa espiritual que debe ser apreciada, con una autonomía legítima para la ciencia y la investigación académica, y una dedicación tanto a la libertad como a la responsabilidad moral.
Como comunidad católica, debemos tender puentes con las comunidades religiosas de los condados de San Diego e Imperial, para que la Iglesia contribuya a una cultura ecuménica e interreligiosa que dé testimonio de nuestro testimonio común de lo trascendente.
Y como constructores de puentes, debemos fomentar vías tanto dentro como fuera de la comunidad católica para reconstruir la destrozada unidad cívica y política de nuestra nación, que es esencial para la realización del bien común para nuestra sociedad y nuestro mundo.
Por último, espero que, como sello distintivo de la labor de la Iglesia en los próximos cinco años, nos dediquemos especialmente a tender puentes a los jóvenes adultos de los condados de Imperial y San Diego, comprendiendo que la Iglesia puede parecer a menudo distante o poco interesada en sus vidas. Estos puentes deben llegar a los jóvenes adultos de nuestras universidades, a los que cultivan nuestros alimentos, a los jóvenes adultos que defienden nuestra libertad a través del servicio militar, a los que trabajan largas horas en los empleos vibrantes pero a menudo agotadores que impulsan nuestra economía local, y a los que todavía están luchando por encontrar su lugar en el mundo. Estos puentes hacia nuestras comunidades de jóvenes adultos deben hablar penetrantemente del amor personal de Dios, de la alegría del Evangelio y de la plenitud que proviene de un auténtico discipulado misionero.
Tratar de construir una cultura de acompañamiento mutuo, proclamar la extravagante misericordia de Dios, dar testimonio de la gracia de la diversidad cultural, construir puentes que reflejen la visión de Dios para la familia humana - estos son elementos centrales del trabajo que Dios ha puesto ante nosotros en este momento de la historia de nuestra Iglesia local. A ojos humanos, estos retos pueden parecer incluso más imposibles que escalar El Capitán. Pero en nuestra fe estamos llamados a ver el mundo no con ojos humanos, sino con la visión de la gracia enraizada en el Evangelio. Y estamos llamados a salir hoy de esta hermosa Iglesia como peregrinos, acompañándonos unos a otros, sin saber a veces exactamente adónde vamos, pero sabiendo que, en última instancia, es Dios quien nos guía y que, al final, eso es más que suficiente.