Misa de instalación episcopal

El Obispo Michael Pham, de la Diócesis Católica de San Diego, pronunció la siguiente homilía en su Misa de instalación episcopal en la Iglesia de Santa Teresa del Carmelo el 17 de julio de 2025:

Queridas Eminencias, Excelencias, Reverendo Padres, Diáconos, Religiosos y Religiosas, líderes religiosos de otras tradiciones, dignatarios, invitados distinguidos y el Pueblo de Dios.

Hoy me presento con mucha humildad entre grandes personas, y me siento profundamente honrado y privilegiado por haber sido nombrado por el Papa León XIV como Obispo Diocesano para servir y guiar a la Iglesia en la Diócesis de San Diego.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento, antes que nada, a Dios, por tantas bendiciones y gracias derramadas a lo largo de mi vida. A mis padres y hermanos, quienes fueron parte fundamental en mis años de formación, tanto en la fe como en mis relaciones humanas.

También doy gracias por la formación recibida en los seminarios de San Francisco y San Patricio. Como sacerdote, me siento muy agradecido con mis hermanos sacerdotes, diáconos, religiosas y religiosos, con quienes he tenido el privilegio de trabajar, colaborar, compartir el camino y servir juntos al Pueblo de Dios.

Como Obispo Auxiliar nombrado por nuestro querido Papa Francisco, tuve el privilegio de tener al cardenal McElroy como mi jefe, colaborador, mentor y guía durante los años que estuvo con nosotros en la Diócesis de San Diego. Creo sinceramente que la Arquidiócesis de Washington es muy afortunada y bendecida por tenerlo ahora con ellos.

Desde que el cardenal McElroy partió hacia Washington, nosotros, los Tres Amigos —los obispos Ramón, Felipe y yo— hemos estado al frente aquí en San Diego. El cardenal McElroy nos enseñó bien… aún no hemos roto nada. Ha sido una experiencia maravillosa de amistad y trabajo en equipo. Me siento verdaderamente bendecido.

También quiero mencionar al obispo Dolan, quien, aunque ahora se encuentra en la Diócesis de Phoenix, ha sido un apoyo constante y un gran amigo a lo largo de los años.

Quiero agradecer especialmente a Su Eminencia el cardenal Christophe Pierre por hacer posible este día para mí. También agradezco al cardenal Roger Mahony, al arzobispo José Gómez y a todos los obispos de distintas partes de los Estados Unidos por su amabilidad y palabras de aliento al asumir este nuevo encargo.

Y, por último, a todo el personal diocesano, a los equipos parroquiales con quienes he trabajado, a los líderes culturales, y al Pueblo de Dios, quienes han sido el pilar que me ha formado y moldeado en el sacerdote y obispo que hoy soy. Estoy eternamente agradecido con todos ustedes que han caminado conmigo en esta misión de proclamar el Reino de Dios aquí en la tierra.

Como escuchamos en nuestra primera lectura de los Hechos de los Apóstoles: “Estaban todos reunidos en un mismo lugar”. A partir de ese momento, realizaron obras maravillosas a los ojos de Dios. Hoy estamos nuevamente aquí, reunidos en un mismo lugar, guiados por el Espíritu Santo, para reconocer la voluntad de Dios en nuestra Iglesia.

De la misma manera, Pablo nos recuerda en su carta a los Corintios: “Nadie puede decir: ‘Jesús es el Señor’, si no es por el Espíritu Santo. Hay diferentes dones espirituales, pero el mismo Espíritu; hay diversos servicios, pero el mismo Señor; hay distintas formas de actuar, pero es el mismo Dios quien realiza todo en todos”.

Es el Espíritu Santo quien nos une al Señor Resucitado y nos da nacimiento como Iglesia universal, para salir al mundo a proclamar el amor y la salvación de Dios. Jesús fue enviado por el Padre para darnos su Espíritu de Amor. Y nosotros también somos enviados por Jesús para llevar ese mismo Espíritu de Amor a un mundo lleno de divisiones y odios, a través de nuestra participación en la justicia y la paz, en el perdón y la reconciliación, que hoy se hacen realidad en la Eucaristía. Eso es lo que hoy estamos celebrando sacramentalmente. El amor verdadero une en la diversidad. Como nos asegura Jesús: “Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. En verdad, el amor nos une con nuestro Dios Trino, y también los unos con los otros. El amor nos une entre etnias, culturas, en el diálogo ecuménico y entre religiones.

Es el Espíritu Santo quien nos llama a escucharnos unos a otros. En el día de Pentecostés, como escuchamos en la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, la gente hablaba diferentes idiomas; y, sin embargo, se entendían. La razón por la cual se entendían era porque se escuchaban mutuamente. Como nos señaló nuestro querido Papa Francisco, escuchar es la clave fundamental para construir la sinodalidad en nuestra Iglesia. Solo escuchando la Palabra de Dios y escuchándonos entre nosotros, podremos ser guiados por el Espíritu Santo para corregir las injusticias que existen hoy en el mundo a causa de nuestras debilidades humanas, y así alcanzar la paz.

“¡La paz esté con ustedes!” fueron las palabras que pronunció el Papa León XIV al salir al balcón como nuevo pontífice. Estas palabras salieron de los labios de Jesús después de su resurrección. La paz es lo que anhelamos en nuestro mundo hoy.

¡Pero la paz solo es posible cuando hay justicia! Y la justicia también exige amor y compasión. Estamos llamados a vivir con justicia y a llevar justicia a nuestra sociedad, siendo conscientes de nuestras hermanas y hermanos que son olvidados, que son echados a un lado del camino, y que no pueden defenderse por sí mismos. Y todo comienza aquí, en nuestras comunidades locales.

Tendremos verdadera justicia social sólo cuando todas las hermanas y hermanos sean tratados con dignidad y respeto. En estos tiempos, la política y las relaciones sociales no deben centrarse exclusivamente en las diferencias, sino en el bien común de todas las personas. Todas.

Es el Espíritu Santo quien nos da la fuerza para servirnos unos a otros. Jesús dijo: “He venido para servir, no para ser servido.” La imagen de Jesús lavando los pies a sus apóstoles en el Evangelio nos muestra cómo Él se humilló para servir a los demás. Estamos llamados a hacer lo mismo y a profundizar el valor del servicio. El servicio nace del amor. Cuando el amor nos llena, somos capaces de servir al pueblo de Dios con todo el corazón. Es ese servicio, nacido del amor, el que primero transformará a cada cristiano, y después a toda la sociedad.

Una de las grandes cualidades de nuestro querido Papa Francisco fue que siempre tuvo presente a los que están en las periferias. Oramos para que el Espíritu Santo nos dé la fuerza y el valor para asumir la tarea de servir a todas las personas sin discriminación, especialmente a los pobres, los indigentes, los inmigrantes, los migrantes, los refugiados y los que no tienen voz. Servir a los demás implica un morir diario, y nos invita a hacer a un lado nuestros prejuicios y abrir espacio al corazón humilde y bondadoso.

Unidos en Cristo y Uno con el Padre, somos enviados al mundo guiados por el Espíritu Santo, para entregar nuestras vidas a Jesús Resucitado, y santificar nuestras vidas para la salvación del mundo. ¡Que el Espíritu Santo transforme nuestras vidas en este gran amor misterioso de Dios que se nos revela en la Eucaristía!

Aunque he vivido aquí en San Diego por más de cuarenta años, lugar al que llamo hogar, sé que aún tengo mucho por aprender sobre la vida y el servicio al pueblo de Dios. Al comenzar esta nueva responsabilidad como Pastor de la Diócesis de San Diego, el Evangelio de Juan que hoy escuchamos se convierte en el principio que guiará mi ministerio: Jesús dice, “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna…”.

Por favor, oren por mí para que, al guiar nuestra diócesis, pueda mantenernos siempre centrados en Cristo, el Buen Pastor, fuente de vida eterna.

Quizá estén acostumbrados a ver a obispos y cardenales altos al frente. Pero ahora —pueden imaginar frente a ustedes a un obispo más bajito, como Yoda en “Star Wars”— preparándose para guiar. Seamos altos o bajos, en sentido figurado o literal, todos estamos llamados a ser portadores de esperanza y faros de la Buena Noticia, llevando paz, justicia y amor para todos.

María, Madre de la Iglesia — Ruega por nosotros.

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Sobre el escudo de armas

El escudo del obispo Pulido está dividido en cuatro cuarteles con líneas horizontales onduladas de arriba abajo. Las líneas azules y blancas representan a la Santísima Virgen María. También sugieren el agua, que alude a Jesús lavando los pies de sus discípulos y a las aguas del bautismo. Las líneas rojas y doradas representan el Espíritu Santo y el fuego. Los colores también hacen referencia a la Sangre que (junto con el agua) brotó del costado de Jesús en su crucifixión, así como al pan (oro) y al vino (rojo) transformados en la Eucaristía. En el centro hay un medallón con una representación simbólica del "mandatum" (lavatorio de los pies), que, en su opinión, ejemplifica el servicio a toda la humanidad. El borde exterior del medallón es una línea compuesta de pequeñas jorobas, tomada del escudo de armas de la diócesis de Yakima, donde el obispo Pulido fue sacerdote antes de ser nombrado obispo.

Sobre el escudo de armas

El escudo del obispo Pham combina el de la diócesis de San Diego, a la izquierda, y el suyo, a la derecha. En el suyo, un barco rojo sobre un océano azul se asienta sobre líneas diagonales que sugieren la red de un pescador. Esto simboliza su ministerio como "pescador de hombres", así como el hecho de que su propio padre había sido pescador. La barca es también un símbolo de la Iglesia, a la que se alude como la "barca de Pedro". En el centro de la vela hay una colmena roja (símbolo del santo patrón bautismal del obispo, San Juan Crisóstomo, conocido como predicador de "lengua de miel"). La colmena está rodeada por dos ramas de palma verdes (antiguo símbolo del martirio; los antepasados del obispo fueron de los primeros mártires de Vietnam). Las ocho lenguas de fuego rojas que rodean el barco son un símbolo del Espíritu Santo y una representación de la diversidad de las comunidades étnicas.

Sobre el escudo de armas

El escudo combina símbolos que reflejan la vida espiritual y el ministerio sacerdotal del obispo Bejarano. La parte principal del escudo muestra cuatro líneas verticales onduladas sobre fondo dorado. Representan aguas que fluyen. Esto alude a su lema elegido y también simboliza las gracias que proceden de la vida divina para saciar nuestra sed de Dios. El tercio superior del escudo es rojo porque está tomado del escudo de armas de la Orden de la Merced, a la que pertenecía el santo patrón del obispo, Raimundo Nonato. El símbolo central se asemeja a una custodia porque San Raimundo es representado a menudo sosteniéndola. La Eucaristía es la inspiración de la vocación del obispo Bejarano. Fue a través de la Eucaristía que recibió su llamada al sacerdocio a la edad de siete años y que mantiene su fe y su ministerio. Representa la llamada a ofrecerse como sacrificio vivo. La custodia está flanqueada a ambos lados por una imagen del Sagrado Corazón, aludiendo a la misericordia de Dios y haciéndose eco de la idea de una ofrenda sacrificial de uno mismo unida al sacrificio de Cristo, y de una rosa para la Virgen. Es una alusión a Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de las Américas, y pone de relieve la herencia hispana del obispo.

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